Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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1165
Legislatura: 1887 (Cortes de 1886 a 1890)
Sesión: 5 de abril de 1887
Cámara: Congreso de los diputados
Discurso / Réplica: Discurso
Número y páginas del Diario de Sesiones: 63, 1664-1666
Tema: Contrato celebrado con la Compañía General Transatlántica española

No pensaba, Sres. Diputados, tomar parte en este debate, y mucho menos creía que adquiriera las proporciones que ha tomado; tan persuadido estaba yo, y tan persuadido estaba el Gobierno de que en este asunto se había hecho lo mejor que se podía hacer, ¡qué digo lo mejor que se podía hacer! Lo único que se podía hacer en bien de los intereses públicos, teniendo en cuenta los antecedentes de esta cuestión, su larga historia, las fuerzas navales creadas en el país, los compromisos a que en otro caso se hubiera visto obligado el Gobierno, las necesidades que nos impone nuestra situación en el mundo y los recursos de que puede disponer esta Nación, después de tantas, tan varias y tan desdichadas vicisitudes porque ha pasado. (Muy bien).

¿Qué más podemos desear, Sres. Diputados, qué más podemos desear que, dados los recursos de que disponemos, dada nuestra situación, colocarnos a la altura, en comunicaciones marítimas, a que se encuentran los países más poderosos del globo? Y todavía, teniendo mucho menos movimiento comercial que ofrecer a nuestros barcos en estas comunicaciones marítimas que el que tienen esos otros países poderosos, porque por eso y para eso son más poderosos que nosotros, todavía, repito, obtenemos las ventajas que obtiene los demás, con menos o con igual sacrificio. ¡Ojalá, Sres. Diputados, que esto que resulta de este proyecto de ley, respecto de nuestras comunicaciones marítimas, pudiéramos decirlo de nuestras comunicaciones terrestres! Y ¡ojalá que esta relación [1664] que podemos mantener entre nuestras comunicaciones marítimas con las de los demás países, aprobado que sea este proyecto de ley, pudiéramos mantenerla con otros pueblos respecto a nuestras comunicaciones terrestres!

Porque, después de todo, Sres. Diputados, ¿qué sucede aquí? Que obtenemos para las líneas similares, para las líneas semejantes, la velocidad que tienen los países más adelantados, y que la obtenemos con menor subvención. ¿Y qué, se quiere más? ¿Es que todavía se cree que hay derecho para criticarnos porque no tenemos o no exigimos barcos tan poderosos como los que posee la Inglaterra? ¿Es que acaso los podemos tener? ¿Es que debemos aspirar a ello? Señores Diputados, querer que la Nación española, después de todas sus desgracias, surja de repente, no a igual altura, sino sobrepujando a la Nación más poderosa en los mares que se ha conocido jamás, eso es un delirio, y el pretenderlo, el imaginarlo siquiera, es tanta locura, como lo sería en mi distinguido amigo particular el Sr. Azcárate el querer competir con los potentados de la tierra; porque S.S. viviría relativamente tan bien como los altos, como los grandes potentados; pero supongo que no pretenderá tener sus mismos palacios, sus elegantes carruajes, la misma suntuosidad, la misma mesa y todo el fausto a que aquellos señores están acostumbrados.

Pues bien; si S.S. pretendiera eso, pretendería una locura que no podría realizar, y si por acaso, que yo no conozco los recursos del Sr. Azcárate, aunque parece que han de ser modestos, si por acaso lo consiguiera, lo haría sólo durante un breve momento, y para irse al día siguiente desde su magnífico palacio al asilo de San Bernardino. (Risas).

He dicho, Sres. Diputados, que no pensaba tomar parte en este debate, aún dadas las proporciones indebidas que ha adquirido, y que no debió jamás adquirir, que no hubiera tomado en ningún otro país más que aquí, donde parece que hay un gusto especial en revolver malas pasiones, aún dentro de lo que es más grande, de lo que es más solemne y más beneficioso para la Patria. (Muy bien). Pues aún dadas esas grandes, pero indebidas proporciones a que me refiero, yo no hubiera tomado parte en este debate. (Un señor Diputado pronuncia algunas palabras). ¡No faltaba más si no que ahora se irriten algunos señores después de que nosotros hemos escuchado con calma los agravios más terribles que se han dirigido jamás a nadie! (Aprobación). Y lo que me extraña aún más, es que el interruptor parece que ha sido uno que ni siquiera dirigió los cargos a que contesto. (Risas).

Dejando esto aparte, Sres. Diputados, en vista del giro que se ha dado a última hora a este debate, yo me veo obligado a hacer uso de la palabra, y no para discutir, porque yo no discuto ciertas cosas, sino para rechazar con toda la energía de que soy capaz ciertas insidiosas reticencias y ciertas malévolas insinuaciones, enfrente de las cuales voy a contestar de una manera muy terminante al Sr. Celleruelo como protesta contra semejante conducta.

Y voy a contestar haciendo esta solemne declaración: nunca pensé, no pensaba tampoco el Gobierno haber hecho de este asunto una cuestión de Gabinete; pero desde el momento que se quiere sembrar una duda y arrojar una sombra sobre la conducta de los amigos y de los correligionarios que en este proyecto de ley han intervenido, ¡ah! no sólo el Gobierno hace de aquel una cuestión de Gabinete, sino que yo personalmente lo hago cuestión mía, y declaro que no consideraré como amigo a todo aquel que tenga reparo en unir su voto al voto mío en esta cuestión. (Muy bien; aprobación en la mayoría. -Los Sres. Marqués de la Vega de Armijo y Martínez Luna piden la palabra). Y esto no lo hago por mí, que a mí no me importa nada de ciertas insinuaciones, a las que ni siquiera considero a la altura de mi desprecio: lo hago por mis compañeros de Gobierno de este Ministerio y del Ministerio anterior; lo hago por los individuos de la Comisión; lo hago por mis amigos; lo hago por el partido; lo hago por los adversarios que, como nosotros, piensan; que en cuestiones de honra y de moralidad no hay adversarios ni amigos. Y cuando veo que sobre la limpia reputación de mis amigos, de mis compañeros, de mis correligionarios, y hasta de mi partido, se quiere arrojar una sombra de duda sobre su moralidad, ¡ah! entonces me entrego por completo a mis amigos y a mis correligionarios; entonces considero su honra como la mía; entonces quiero ser responsable como ellos, quiero seguir su suerte, quiero mezclarme con ellos, y con ellos decir que si alguien piensa de nosotros una indignidad, no puede ser sino porque él sea en nuestro puesto y en nuestra situación capaz de realizarla. (Muy bien).

Gracias muy expresivas doy a al Sr. Celleruelo por los cuidados que se toma a favor del partido liberal; pero, créame S.S., el partido liberal no necesita de sus cuidados. El partido liberal ha tenido siempre muchos detractores, como todo partido que emprende grandes reformas y que acomete grandes empresas; pero, afortunadamente, el partido liberal ha sabido salir victorioso siempre contra todos sus detractores. Se quiso deshonrar a Mendizábal, y con él al partido liberal, y sus detractores, los que, quizá en su puesto hubieran hecho lo que contra él imaginaron, esos le llenaron de calumnias, publicaron por todas partes que era un ladrón, y Mendizábal llegó rico al Poder y lo dejó pobre, y al poco tiempo de dejarlo tenían sus amigos que mantenerle en la emigración, y cuando volvió a su Patria volvió para vivir muy modestamente, y cuando murió hubo que enterrarle casi de limosna. Y ese ejemplo de Mendizábal no es más que uno de los muchos que ha ofrecido siempre el partido liberal, y que espero seguirá ofreciendo. (Bien, bien).

¿Qué importa, pues, al partido liberal de sus detractores, ni qué valen la Transatlántica española, ni todas las Transatlánticas del mundo juntas, para violentar la conciencia de un partido semejante, torciendo la conciencia de aquellos de sus individuos que han intervenido en este asunto? ¡Ah! ¿Qué valor se da, por los que intentan deprimidos, a la gloria, a la fama, a la reputación, al buen nombre que se adquiere, como lo han adquirido todos los individuos de la Comisión, todos los amigos nuestros que han intervenido en este asunto, todos nuestros correligionarios que más o menos directamente han de contribuir a resolverlo? ¿Qué valor, repito, dan a todo esto, cuando se adquiere, como estos señores lo han adquirido, para creer que se pueda arrojar un día al arroyo por ninguna clase de intereses ni por ningún género de consideraciones? Quien tiene en tan poca estima cosas que tanto vales, merecería compasión, si fuera digno de ser compadecido. (Bien).

Señores Diputados, es muy tarde; me es, además [1665] sumamente amargo ocuparme en estas cosas tan tristes, y quiero concluir.

El Gobierno ha hecho, en este asunto, a que se refiere el proyecto que se está discutiendo, lo más que ha podido hacerse en bien del Estado; ha conseguido lo que, dados los antecedentes del asunto, no se creía que fuese posible conseguir; y para lograrlo ha hecho, yo os lo aseguro, esfuerzos supremos. Podría, quizá, algún Gobierno haber igualado a éste en las ventajas obtenidas; pero tengo la seguridad de que ninguno le hubiera sobrepujado en voluntad, ni en desinterés, ni en rectitud, ni en el patriotismo con que ha llevado a cabo esta negociación. Y no tengo más que decir. (Aprobación). [1666]



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